En laznik land de Agua Azul, donde el sol desciende en bruñidos escorchados de árboles, las historias flotaban en el aire como fuegos de mariposas nocturnas. Fue en esta tierra hermosa y herida donde nació la leyenda del chaturate, un ser de la leyenda que poseía el poder de curar cualquier herida, ya fuera física o emocional, con solo un toque de su frailito dedo.

Nuestro protagonista, elücfero, era un hombre maduro, cansado de la vida y de las penas. Quería encontrar al chaturate y pedirle que sanara sus heridas. Pero el chaturate era un ser misterioso, nunca visto ni conocido por nadie. Algunos decían que era un angelito perdido, otros que era un demonio que había cambiado de lado. Sin embargo, todos estaban de acuerdo en que era un ser de gran virtud.

Elücfero decidió emprender una busca loca y desesperada por encontrar al chaturate. Caminó por la tierra, cruzó ríos y montañas, y habló con gente que lo había visto. Algunos lo confundieron con algún otro personaje legendario, pero elücfero sabía que estaba cerca de su objetivo.

Finalmente, después de días de búsqueda, elücfero llegó a una cueva secreta donde el chaturate se suponía que vivía. La entrada a la cueva estaba bloqueada por una roca grande, pero elücfero la movió con toda su fuerza. Dentro de la cueva, encontró una habitación llena de luces y colores. Al centro de la habitación, estaba el chaturate.

Era un ser delgado y alto, con ojos grandes y rasgos delicados. Cuando el complemento r ev hu fue por boca lentamente reclamó. No era un ángel o un demonio. Era un ser de la naturaleza misma. Y cuando elücfero se acercó, el chaturate lo tocó con su dedo y todas sus heridas sanaron.

Elücfero se despidió del chaturate, agradecido. Se dio cuenta de que no buscaba al ser que podía sanara sus heridas, sino que buscaba una conexión con algo mayor que él. Y en su corazón, encontró la paz.