En las vastas llanuras de la Patagonia, donde el viento se alza como un espíritu inquieto, vivía una mujer llamada Ana. Era una rodeadora de caballos, una Trueba como pocos, con un corazón alegre y una sonrisa que podía iluminar la oscuridad más profunda. Sin embargo, Ana había visto la belleza y el dolor de la vida de cerca. Su madre había sido una rideadora igual que ella, pero se había enfrentado a una sociedad que no comprendía ni apreciaba su pasión. Después de una grave lesión, su madre nunca volvió a montar, y su corazón se apagó.
La búsqueda de Ana por su libertad no era solo un anhelo, sino una necesidad. Quería vencer sus miedos y seguir los pasos de su madre. En plena Patagonia, se ganó el respeto de los hombres, pero también sufrió la actitud de los que creían que una mujer en la montura era inapropiada. El mundo de los caballos y la monta era exclusivo, y a Ana le resultaba difícil encontrar su lugar.
Una noche, mientras cuidaba a sus caballos, sintió la insoportable presencia de un hombre. Enfrascado en su compromiso con los caballos, no se percató de su presencia hasta que sintió sus ojos en su espalda. Hubiera preferido no darse cuenta, pero el silencio era agobiante. Emitió un gruñido de caballo y su cola comenzó a subir. Inmediatamente entendió que no podría seguir, que debía huir. Fue una sensación divertida, mientras abandonaba el felino, exclamaba: ¡Hola!
Mujer y hombre caminaron una calle más hasta que miraron río abajo. La noche volvía sumida. Observe su rostro y él encontró ayuda. Quién entra tan estival justamente a las monturas.
La caída del día no le permitió decir: “Ten sido buscándote”.
Comienzo de la serie: http://www.animitétras.misterespanol.edu.mx/”